105 minutos de soliloquio y la
película no desentona. La tentación vive arriba, la tentación es
una ilusión, una fábula, una moraleja. Una película sin
pretensiones filosóficas, que no aporta nada al género, sin grandes
adelantos en la forma de presentar la historia, una mera adaptación
de una obra teatral con un resultado teatral. Lo dicho no desmerece
nada en absoluto la calidad de la misma, no podemos vivir en una
continua vanguardia artística: destruyendo, construyendo, renovando.
Olvidarse de la diversión en el cine es olvidarse de los orígenes
del medio; la exhibición al público y su posterior aplauso es el
motor que mueve al arte, los retazos de creatividad ocupan pocos
capítulos en el libro sobre la historia del cine.
La película parte de una
premisa simple, un tipo de Nueva York se queda solo en casa mientras
su queridos mujer e hijo marchan de vacaciones. Pero lo que parecía
que iba a ser un verano tranquilo alejado de su mujer, sin caer en
excesos ni saltarse normas impuestas, se convierte en unos días de
ajetreado lidiar con la conciencia, debatiéndose entre lo que que se
debe hacer y lo que se quiere hacer. Porque al fin y al cabo este es
el sustrato principal del film: ¿debemos proseguir con nuestras
obligaciones aunque no estemos vigilados? ¿O por el contrario
debemos dejarnos seducir por nuestras ensoñaciones, transgedir las
normas y actuar “pecaminosamente”?. La moraleja es clara, podemos
jugar al ensueño; no saber nunca el nombre de la guapa protagonista,
refiriéndose a ella como " la chica", hace muy evidente
que no es más que una ensoñación, una figura necesaria para
desencadenar la trama, una tentación más que incita al resto de
tentaciones, la bebida y el tábaco; podemos imaginar mundos posibles
mejores (en este caso esos mundos han sido creados por el cine); pero
la conciencia siempre nos arrastra hacia la corriente de lo correcto,
de lo que debe ser y será. Y como en la vida real, imaginarse el
pecado realizado por la otra persona suele inducir a un sonoro
arrepentimiento anticipativo por parte de uno mismo. Porque, del
mismo modo que “la chica de arriba” supone el sueño de todo
hombre, ¿no es acaso un escritor reputado, galán y solícito, como
Tom Mackenzie, el sueño de toda mujer?
Pero la película no es sólo
eso. Se trata de una comedia divertida, espolvoreada aquí y allá
con comentarios ingeniosos y situaciones graciosas; pero que repasa
escena a escena todos los clichés que nos ha impuesto el cine,
ridiculizándolos y desmembrándolos para después apelmazarlos,
dejando a la vista lo sumamente superficiales e irreales que son. Y
después de verla una y otra vez no puedo evitar pensar en lo
influenciables que seguimos siendo los seres humanos con el cine, sin
llegar a aprender nada con el paso de los años. Algunas mujeres
quieren vivir en Manhattan rodeadas de tiendas y aspirantes a
príncipe azul, otras prefieren retirarse a una villa en la Toscana
para convertirse en escritoras de éxito. Los hombres por nuestra
parte soñamos con seducir a una rubia imponente y conducir coches
deportivos mientras nos tomamos un martini con vodka mezclado, no
agitado. Pero en fin, para eso está el cine, para hacernos soñar
con vidas que la mayoría de nosotros no vamos a poder vivir.
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