Grandes Clásicos


Qué poder tienen los clásicos. Cuando te desenvuelves entre ellos te encuentras bien, con la absoluta seguridad de que lo que estás viendo es "bueno". Y no lo piensas solo tú, sino que también lo han pensado otros, e incluso lo pensaron nuestros antepasados en el momento del estreno. El tiempo lima nuestros corazones pero también lima a los clásicos. Aquellos que parecieron pétreos y monumentales durante unos años se desvanecen en pedazos; instigadores de lo moderno los taladraron hasta la extenuación, movidos más por el ansia de autocomplacencia y autodeterminación que por admiración hacia los hechos precedentes. Otros se aferran a ellos, incapaces de desintegrarlos, ennublecidos por su gran tamaño y peso, sin percatarse del tiempo y de los hechos. Es fácil aferrarse a la mano de nuestros abuelos, viendo sólo en ellos la grandiosidad del que fue. Aunque tampoco es muy honrado no ir a visitarlos de vez en cuando al geriátrico, donde se encuentra felices hablando de lo de siempre y de la forma de siempre, comportándonos como si no le debiésemos la vida, como si no les debiésemos el tiempo. 



LA TENTACIÓN VIVE ARRIBA





105 minutos de soliloquio y la película no desentona. La tentación vive arriba, la tentación es una ilusión, una fábula, una moraleja. Una película sin pretensiones filosóficas, que no aporta nada al género, sin grandes adelantos en la forma de presentar la historia, una mera adaptación de una obra teatral con un resultado teatral. Lo dicho no desmerece nada en absoluto la calidad de la misma, no podemos vivir en una continua vanguardia artística: destruyendo, construyendo, renovando. Olvidarse de la diversión en el cine es olvidarse de los orígenes del medio; la exhibición al público y su posterior aplauso es el motor que mueve al arte, los retazos de creatividad ocupan pocos capítulos en el libro sobre la historia del cine.

La película parte de una premisa simple, un tipo de Nueva York se queda solo en casa mientras su queridos mujer e hijo marchan de vacaciones. Pero lo que parecía que iba a ser un verano tranquilo alejado de su mujer, sin caer en excesos ni saltarse normas impuestas, se convierte en unos días de ajetreado lidiar con la conciencia, debatiéndose entre lo que que se debe hacer y lo que se quiere hacer. Porque al fin y al cabo este es el sustrato principal del film: ¿debemos proseguir con nuestras obligaciones aunque no estemos vigilados? ¿O por el contrario debemos dejarnos seducir por nuestras ensoñaciones, transgedir las normas y actuar “pecaminosamente”?. La moraleja es clara, podemos jugar al ensueño; no saber nunca el nombre de la guapa protagonista, refiriéndose a ella como " la chica", hace muy evidente que no es más que una ensoñación, una figura necesaria para desencadenar la trama, una tentación más que incita al resto de tentaciones, la bebida y el tábaco; podemos imaginar mundos posibles mejores (en este caso esos mundos han sido creados por el cine); pero la conciencia siempre nos arrastra hacia la corriente de lo correcto, de lo que debe ser y será. Y como en la vida real, imaginarse el pecado realizado por la otra persona suele inducir a un sonoro arrepentimiento anticipativo por parte de uno mismo. Porque, del mismo modo que “la chica de arriba” supone el sueño de todo hombre, ¿no es acaso un escritor reputado, galán y solícito, como Tom Mackenzie, el sueño de toda mujer?


 Pero la película no es sólo eso. Se trata de una comedia divertida, espolvoreada aquí y allá con comentarios ingeniosos y situaciones graciosas; pero que repasa escena a escena todos los clichés que nos ha impuesto el cine, ridiculizándolos y desmembrándolos para después apelmazarlos, dejando a la vista lo sumamente superficiales e irreales que son. Y después de verla una y otra vez no puedo evitar pensar en lo influenciables que seguimos siendo los seres humanos con el cine, sin llegar a aprender nada con el paso de los años. Algunas mujeres quieren vivir en Manhattan rodeadas de tiendas y aspirantes a príncipe azul, otras prefieren retirarse a una villa en la Toscana para convertirse en escritoras de éxito. Los hombres por nuestra parte soñamos con seducir a una rubia imponente y conducir coches deportivos mientras nos tomamos un martini con vodka mezclado, no agitado. Pero en fin, para eso está el cine, para hacernos soñar con vidas que la mayoría de nosotros no vamos a poder vivir.






LA DILIGENCIA



Hoy es un gran día. Afuera el sol cae a plomo y la humedad no me deja respirar. Son las tres de la tarde; es la hora de... la peli del oeste!. He elegido " La diligencia” como la primera de esta interesante selección de entradas dedicadas a los " Grandes Clásicos" porque es un Western. 


Pero "La diligencia" en realidad no es un Western, y esto no es una contradicción. Posee los 3 elementos mínimos que hacen que una película sea considerada de este género: Una venganza, indios y un duelo final. 
 
La venganza no es más que una excusa para que la película avance. Los indios son una excusa para filmar una escena de acción, y el duelo final es inexistente porque se omite. La película intenta incidir en las convenciones sociales, los prejuicios infundados propios de una sociedad que tiende a desaparecer con el paso a la modernidad, pero que intenta a aferrarse a unos cánones de vida y comportamiento propios de épocas pasadas. Es significativo que en la primera escena se nos muestre un doble destierro provocado por las “atractivas” señoras guardianas de la Ley y el Orden. Para Hatfield, el dandi, el vividor, el buscavidas; supone un destierro voluntario en busca de la belleza; un esteta aristócrata perdido en el vulgar oeste que busca incesantemente la verdad, cargado de moral caballeresca, enquilosado en el pasado, un ángel caído en busca de otro ángel : Lucy Mallory.

La venganza no mueve a los personajes, los mueve el amor. Ringo, lejos de guiarse por los prejuicios sociales (él también es un paria exconvicto) se enamora de la adorable Dallas. El verla cuidando a la niña recién nacida y bien desenvuelta en la cocina le hace aflorar la llama del “amor”, a la vez que transforma la venganza en una obligación para poder vivir en paz en un futuro. En cambio Hatfield se fija más en la belleza ideal de Lucy Mallory; conocer su pasado aristocrático, la sangre y el comportamiento propio de ella le hacen descubrirse profundamente “enamorado”. 
Doc divide su amor entre el Whisky y el ser humano. El banquero profesa su amor por el dinero, y tambien hacia el tratante de Whisky. El conductor de la diligencia hacia sus caballos y su querida mujer. Al sherif le mueve el respeto por padre de Ringo, esa forma de amor incondicional que surge de la amistad duradera. A Lucy, por último, le mueve el amor por su marido enrolado en el ejército, aunque el saber que está gravemente herido hace que se acerce aún más a Hatfield. Solamente muere este último y después de intentar utilizar su última bala con Lucy para “librarla del mal”. Pero el oeste no es lugar para Caballeros europeos y sus vasos de plata, aquí sólo Dios decide sobre la muerte y la vida.

Dejando a un lado el análisis quisquilloso, la película posee un buen ritmo. Los diálogos, sobretodo los de Doc, son memorables. Wayne no hace el papel de su vida y aparece poco, pero está correcto. Para ser de 1939 y teniendo en cuenta las limitaciones del medio, sorprende la buena realización de la escena de persecución de los indios. Una película altamente recomendable, que ha envejecido bien, que se deja ver y disfrutar, además de permitir un análisis concienzudo. Así deben de ser los verdaderos clásicos.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario